Una palabra. O dos. O tres. Que signifiquen para mi la causa y para vos el efecto. Que hagan que te levantes, y respires, y grites, y dialogues, y contemples, y que no te vuelvas a sentar. Que logren transmitirte lo que ellas sientan, de la misma manera que vos impregnas de barro un camino ya sucio, y sin embargo lo dejas limpio. Que marquen como siempre el antes y el después, pero sobre todo el ahora. Que te permitan perderte, pero solo lo justo, para llegar a tiempo a encender el fuego, y no quedarte en penumbras.
Una mirada. Y esta vez es solo una. Para descolocarte, y dejarte algo torcido. Para impedir que te desvanezcas, y para encontrarte, siempre y cuando antes te hayas perdido. Para pautar, pero también para poder improvisar. Y para que te permitas oler pintura fresca en un pared ya vieja, y a la vez arrancar la flor del árbol que aún no se plantó. Para estar, y para no estar. Para gustar, no gustar, y seguir sintiendo. Y para que tus manos se carguen de tinta, y que a tu alrededor solo veas hojas blancas, muy blancas. Y que en ese momento te eleves, hasta ver tu posición anterior como un punto diminuto. Y entonces, comprendas.