jueves, 5 de marzo de 2009

La calma chicha

Virginia iba insegura, pausada y lentamente. Mirada de atrás parecía la integrante involuntaria de una extraña y burda coreografía. Caminaba pisando débil, midiendo sus pasos. Se reía tímida, y si lloraba, lloraba apenas, sin lágrimas.
Se despertaba siempre en medio de la noche, recorría la casa descalza, se servía un vaso de agua, miraba a Gabriel, respiraba profundamente, y se volvía a dormmir.
Las mañanas eran la peor parte del día. Había un momento después del desayuno, cuando ya a medio vestir se preguntaba si ese día iba a hacer falta, vestirse la otra mitad, subirse al auto, si ese día iba a pasar. Ese momento era eterno, y duraba segundos, similar al momento en el que la montaña rusa llega a su punto más elevado, a ese momento de inercia en el que uno se queda suspendido en el aire, y sabe sin dudas que al instante siguiente va a descender. "Gravedad cero", le dicen, lo escuchó en algún lado.
Después, en el último segundo, comprendía que quizá no fuera ese día, finalmente vestía su otra mitad, y se iba a trabajar.
Virginia transitaba entonces, pero permanecía en su mirada aquella expresión que indicaba que no lo hacía tranquila. Como descreída, de todo aquello que se le presentaba, de todo aquello que veía.
Una tarde, miró el panorama de la 9 de Julio desde su oficina del piso 14. Esa tarde anunciaban alerta meteorológico, tormenta. Quizá granizo -Porque ahora toda alerta era con granizo- Cerró el último archivo, agarró la cartera, y salió a la calle. Miró el cielo, de un sorpresivo azul. No corría siquiera brisa, el aire estaba pesado, dulce. Miró de nuevo el cielo, y se sintió comprendida, apenas. Así, azul tranquilo, sin brisa, sin ruidos, y una tormenta por venir.

miércoles, 4 de marzo de 2009

CONTACTO

La nariz de Dorita estaba aplastada contra el pecho de uno de ellos, cual era, ¿el quinto? ¿el décimo? Ya había perdido la cuenta. Apenas podía respirar, quizá fuera mejor porque este tenia feo olor, ¿era ajo? No importaba, el abrazo del siguiente era más suave, tal vez hasta un poco soso. Le dieron ganas de decir: agarrá más fuerte, querido, pero antes de poder hacerlo estaba en brazos de otro hombre, qué espalda, por dios, y otro, con un sweater sedoso, qué lindo, y el próximo, con un olor riquísimo. Dorita alcanzó a hundir la nariz en su cuello antes de pasar al siguiente, mientras pensaba si podría quedarse con este aunque ¿y si había algo mejor más adelante? ¿podía haber algo mejor que esto? De cualquier manera no podía tomar ninguna decisión, la voz no le salía, tampoco dependía de ella. A pesar de ser la beneficiaria de los abrazos, en ese sentido Dorita era apenas una espectadora. Y Dorita quería mas, de eso no tenia duda. Miró hacia adelante y se tranquilizó al ver una larga fila de hombres que esperaban su turno. Altos, bajos, flacos, gordos, tan distintos en apariencia y también en la forma de abrazar. Lo que sí tenían en común eran los sentimientos que cada abrazo producía en Dorita: la sensación de abrigo, de contención, de seguridad y afecto. Era la primera vez en años que no se sentía sola. Le llamaba la atención su falta de resistencia: con cada abrazo Dorita se entregaba más y más, era como ir entrando en calor. Otro aprendizaje para Dorita: su efusividad y entrega no tenían relación con el deseo que le despertaba cada hombre sino con la cantidad de abrazos que recibía, los primeros fueron tímidos y resistentes y los últimos bien desinhibidos.

A lo lejos escucho una campanada que se hacia más y más fuerte. Dorita se dio cuenta que despertaba de un sueño. Sintió una agradable sensación de lo soñado, a la vez que una gran decepción por darse cuenta de que no había sido real. Se levantó y caminó hasta el baño, abrió la ducha, se sacó el camisón y se metió debajo del agua, caliente y reconfortante. Su cuerpo guardaba las impresiones del sueño, Dorita cerro los ojos y se acaricio con suavidad, cruzo los brazos y envolvió su cuerpo en ellos, entretanto se le apareció el título de un programa de televisión: "Hágalo usted misma". Desde el baño escuchó el timbre del teléfono, se cubrió con la toalla y corrió a atender.

-¿Hola?

-Hola gorda, ¿cómo estás?

-Que tal mamá.

-Bien nena, no me llamaste ayer.

-Es que me quede hasta tarde en el trabajo, mi jefe me pidió un informe a último momento, pero te iba a llamar hoy. Mami, acabo de salir de la ducha y tengo frío, te llamo después, ¿dale?

-Bueno, pero escuchame, me vas a acompañar a lo de Tania?

-Sí mami, si voy siempre. Te mando un beso y después hablamos.

Se vistió. Volvió a pensar en el sueño, no quería olvidarlo, no quería perder la sensación que le había dejado. ¿Soñar será como vivir? ¿Fue abrazada de verdad por sólo haberse sentido abrazada?, ¿funcionará del mismo modo? En la próxima sesión le haría estas preguntas a su terapeuta. Extendió la mano y levantó al gato que dormía sobre la cama. ¿Como durmió mi gordito, durmió bien, durmió bien?, a ver como abraza a la mamá. Qué pasa michi, ¿no quiere mimos hoy? vamos, un abracito que ya me voy a trabajar. Pero qué le pasa que hoy no me abraza, ¿está ofendido? Bueno, deje, no me abrace, ya va a ver cuando me pida mimos, ya va a ver.

Al momento de salir de la casa Dorita decidió viajar en subte, por ser la hora pico debería estar repleto de gente. Aceleró el paso, llegó a la boca del subte y bajó corriendo las escaleras. No hizo falta esperar y, tal como imaginó, había muchísima gente. El subte venía tan atestado que apenas se podían cerrar las puertas. Dorita se sumó a la horda y comenzó a empujar para alejarse de la puerta. No contenta con llegar al pasillo central siguió avanzando a fuerza de pequeños empujoncitos y amables pedidos de permiso. El apretuje era tal que ni siquiera necesitó tomarse de las agarraderas, su cuerpo era sostenido por las demás personas del vagón. Se detuvo detrás de un joven de espaldas anchas y se dejó llevar por el movimiento natural: durante un segundo sus pechos se apoyaban en la espalda del joven, y al otro segundo, se apartaban. Dorita cerró los ojos y se imaginó que era un juego de seducción: sí, si, sí quiero, no, no, no quiero. Cuando comenzó a notar que el joven se daba vuelta varias veces, avanzó por el pasillo con disimulo. Pero señora, ¿adónde quiere ir, no ve que está todo lleno? gritó alguien. Dorita se preguntó si estaría haciendo el ridículo y se acercó a la puerta para bajarse en la siguiente estación. Mejor camino unas cuadras por Florida, se dijo.

Junto con los cientos de pasajeros que a esa hora bajaban en la misma estación, caminó con paso corto por el andén. Cuando salió a la calle y la horda se disipó, Dorita otra vez comenzó a sentirse sola. Apuró el paso, le quedaba, tal vez, la última oportunidad del día para establecer contacto. Entró al edificio y se detuvo frente a los ascensores. Esperó un rato y cuando se juntó la suficiente cantidad de personas que garantizara que el ascensor estuviera bien lleno, se subió. Dorita echo un vistazo rápido y avanzo hacia un muchacho joven y buen mozo, se acercó a él lo más posible y apoyo todo su perfil en él. Esta vez no fue mirada con antipatía porque el ascensor iba tan lleno que era inevitable el contacto. Al abrirse las puertas en el primer piso, varias personas quisieron subir. Una señora comenzó a quejarse y a pedir que esperaran el siguiente ascensor, seguro debe tener alguien que la abrace, pensó Dorita con bronca, mientras hacía señas disimuladas invitándolas a entrar. El ingreso de aquellas personas hizo que Dorita pudiera apoyar todo su cuerpo contra el del buen mozo por lo cual, al momento de llegar a su piso, Dorita prefirió seguir en el ascensor. Cuando el muchacho al fin se bajó en el piso doce, Dorita eligió una nueva victima y siguió viaje.

Luego de eso no le quedó más remedio que ir a su oficina, grande y vacía como era. A medida que transcurría el día, entre los pedidos incesantes de su jefe y la atención a los clientes, el sueño y las sensaciones que le habían producido se desvanecieron, aún a pesar de los intentos de Dorita por mantenerlos vivos. Cada tanto intentaba cerrar los ojos, imaginar nuevos abrazos, pero cada vez le costaba más aferrarse a los recuerdos. Si hubiera sido abrazada de verdad y no en el sueño ¿sería lo mismo? ¿La sensación también se desvanecería tan rápido?

Volvió a su casa pasadas las siete de la noche. Al abrir la puerta notó que el gato la esperaba. Mientras le servía la comida, varias veces sintió el cuerpo cálido pasar por sus piernas. Dorita se calentó la comida de la noche anterior, y la comió en la cocina, sin siquiera sentarse a la mesa. Lavó y secó lo que había usado y lo guardó en el armario. El gato ya no daba vueltas a su alrededor, seguramente se habría dormido en el sillón del living. Se puso el camisón y se metió en la cama, encendió la tele, busco una película romántica y, al no encontrar nada que valiera la pena, volvió a apagarla. También apagó la luz, abrazó la almohada y rezó: Dios, concédeme esta noche el mismo sueño que ayer. Amen.

Eileen Noble. Agosto de 2007

domingo, 22 de febrero de 2009

Vacía. De tan llena, vacía. "crónica de 1 hora en el 108". el colectivo y yo, en la misma paradoja. solo faltaba que uno se escurriera delicadamente por la ventana. solo eso para terminar la tarde de una manera que solo lo extraordinario te puede dar. "venga, y paseese por el extraordinario Buenos Aires" Que hipocresía. Un purgatorio. Una sala de partos. Una celda sin barrotes y con ventanas abiertas. Una cabeza. y cuarenta cuerpos, administrados en el espacio cuidadosa y penosamente.
Pero eso fue la semana pasada. sin embargo lo siento ahora. Así, como queriendo intentar desmigajarme, y no poder por los cuerpos que te mantienen. Que barbaros, eh. No se cayo ninguno por la ventanilla. Que egoístas. Negar un poco de espacio.
yyoporahí.Detanllena,vacía.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Las patas largas

Yo los dibujaba y mamá los pintaba con lápices de colores, suavecito, con sombreado. Fuerte en los bordes y esfumado hacia el centro de la forma que la línea encerraba. Si la línea era sólo línea, y no encerraba ninguna forma, como en las piernas, los brazos y el pelo, entonces le hacía un trazo fuerte de lápiz de color por encima y hacia uno de sus costados.
Los dedos eran líneas rectas, también, y salían del sol redondo de las manos. La cabeza era un círculo, un poco achatado en los costados. No tenían cuerpo. Eran sólo cabeza. Una cabeza grande de la que salían como rayos los miembros y los pelos, con ojos grandes, como dos huevos; y la boca era casi siempre una línea recta horizontal que cruzaba la parte inferior del círculo de la cabeza de un extremo al otro.
Mamá los cortaba prolijo, dejándoles un espacio de uno o dos milímetros entre el corte y la línea, para que no se perdiera el dibujo. Las patitas resultaban frágiles, porque siempre eran muy largas y no eran más que líneas rectas. Después los pegábamos en la ventana de mi pieza, que daba al lavadero; así que cuando iba al lavadero podía verlos a trasluz con el trazo de la plasticola en la espalda. Hacían juego con los dibujos de la cortina, porque casi siempre los monigotes eran una nena y un nene; y en la cortina igual: una nena acá, un nene allá, un barrilete, la misma nena por allá, el mismo nene más allá y otro barrilete.
No recuerdo si llegaron a ponerse amarillos en la ventana, si se iban cayendo cuando la plasticola se ponía vieja o cuando el vidrio se empañaba reiteradas veces. No recuerdo tampoco si los renovábamos o si fue una sola vez que nos dedicamos a pegarlos, tan prolijamente recortados. Pero están en la imagen estática que tengo de aquel cuarto, y no se mueven de ahí.
Amalia

lunes, 16 de febrero de 2009

Una especie de fábula

En medio de este tiempo donde abundan ciertos seres y escasean los que podrían llegar a ser sus antítesis, se respiran aires que no terminan de llenar nuestros pulmones, salpicándolos de asfixia.
Esta se instala en nuestro ser de manera tal que adquiere el título de compañera y, por más indeseable que la consideremos, su grado de fidelidad va aumentando a medida que insistimos en darle un papel indispensable para el funcionamiento del organismo.
Y sin mencionarlo, notamos cómo esa particular compañera comienza a acumular numerosas cantidades de llámese fuerza, energía y/o voluntades que, al no exteriorizarlas a la superficie, nos oprimen el pecho.
Entonces en un intento de equilibrio (porque al principio o al final, esa es nuestra tendencia, ancestralmente hablando), buscamos las herramientas y los medios para neutralizar esa presión ya nociva. Y la búsqueda es cada vez más batalla que exploración, porque se evidencia la quasi inexistencia de ofertas confiables: en su gran mayoría poseen falta de consistencia visto que se forman desde bases y estructuras que, por el simple hecho de llevar consigo una supuesta férrea organización, reciben la mención de CONVENCIONALES.
Casual o causalmente, frente a este contexto, se produce una génesis. Se trata de unos misteriosos artesanos los cuales, como si debieran cumplir una orden pactada desde un lugar geográficamente distante donde se puede contemplar con una agudeza infalible nuestra realidad, se vuelcan sin otro incentivo más que el compromiso en la elaboración de un metal precioso, cuya preciosidad es invaluable en términos materiales. Es este metal el que, por su volumen peso y brillo (y un cuarto factor algo más riesgoso que todavía queda por definir), nos habilita para desalojar súbitamente toda presión y opresión, y transformar la fuerza, energía y/o voluntades en impulsos de inmenso valor vital.
Habiendo concretado dicha liberación, nuestra vieja compañera, la asfixia, pierde su razón de ser y sólo va a adquirir el significado que su semántica le atribuye… y nada ni nadie más que ella.


Por muchos más artesanos y por tantas más liberaciones.

"Ensayo" de ¿por qué escribimos?

Desde el momento en que uno se levanta y entra en contacto con la cotidianeidad empieza a experimentar una mezcla de sensaciones que muchas veces no encuentran una salida deseada. Se pueden manifestar con bronca, sonrisas, llanto o un montón de palabras “porque sí”, o bien pueden guardarse en nuestro interior, formando una gran masa de expresiones reprimidas. La acumulación de estas resulta sumamente peligrosas porque sabemos bien, por lo que vemos y recordamos que vieron generaciones anteriores, las consecuencias de toda acción (porque “sentir” es una de ellas) relativa a “no-exteriorizar”. Lo importante de exteriorizar es que es uno de los caminos para sentirse algo más libres, o ligeros por así decir: nos quita un peso de encima, o dos o en el mejor de los casos nos despoja totalmente de la mencionada masa de expresiones que decidimos reprimir y que nos dificulta impide avanzar.
No siempre logramos siquiera identificar cada una de esas sensaciones y menos que menos jerarquizarlas entre “malas” y “buenas”. Pero las latentes son quizá a las que prestamos mayor atención, las que definen nuestro humor en un momento determinado, en conjunto con una serie de factores que influyen desde el exterior. Pero ese humor, ese ánimo, a su vez, puede variar de un momento a otro, y ahí es cuando intentamos buscar una o más de una explicación a ese fenómeno tan particular que tenemos los hombres-de-este-mundo. La respuesta puede buscarse por muchos y variados medios, y uno de ellos es este que ven: sentarse y escribir.
Simplemente hacer una búsqueda de nuestras sensaciones y pensamientos que nos acompañan día a día y plasmarlas en una hoja; mientras podemos llegar a encontrarnos con nuevas sensaciones, rememorar algunas que surgieron en tiempos pasados, y/o darle salida a otra que nos agobie, la cual intentábamos despojar de nuestra mente pero no encontrábamos el cómo ni el cuando. Esto es lo que considero como el éxito más grande del acto de escribir.
Es a los ojos de nuestros pares e impares en donde adquieren real sentido las palabras de uno mismo. Y dentro de unos instantes estas palabras estarían pasando a depender de ustedes… ¡ya!

domingo, 15 de febrero de 2009

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